Hay meses en los que es complicado que coincida una noche despejada con Luna nueva o en cuarto y además en víspera de festivo. Lo podemos achacar a las "leyes de Murphy" o al encantador de nubes que todo astrónomo andante tiene como enemigo; pero siendo racionales tendremos que admitir que somos demasiado puntillosos y es ya una cuestión de probabilidades que la atmósfera no esté por la labor de satisfacer nuestra ansia de cielos transparentes y oscuros en fin de semana. Lo malo es que tras sesenta días sin salidas nocturnas comienza el síndrome de astroabstinencia, cuyos síntomas principales son: consulta compulsiva a webs de información meteorológica, espasmos al ver las estelas de los aviones, aversión a las nubes altas, necesidad imperiosa de ver fotografías astronómicas y -en los casos más graves- compartir lecho con el tubo óptico e insultar a las farolas. Llegados a esta situación es cuando recordamos que tenemos una estrella aquí mismo que no necesita grandes despliegues -salvo una adecuada protección de su luz cegadora- para su observación y estudio: el Sol.
La observación solar tiene unas características que la hacen más sencilla que la del cielo profundo:
- Se realiza de día, adaptándose mejor a nuestro ritmo diario.
- No necesitamos alejarnos de los núcleos de población, pues evidentemente al no hacerse de noche la contaminación lumínica no importa.
- Para observar o fotografiar el disco solar completo no requerimos un gran telescopio ni una montura motorizada; se puede hacer con un equipo muy sencillo y fácil de manejar. Otra historia es que pretendamos obtener una imagen de las manchas solares con mucho detalle.
- En casos en los que no necesitamos seguimiento tampoco nos hace falta un estacionamiento preciso (ni siquiera una montura ecuatorial), de modo que podemos realizar la observación desde la ventana de casa.
No obstante hay que tener en cuenta que observar el Sol entraña un importante riesgo para la vista, por lo que hay que tomar unas precauciones que jamás se deben pasar por alto: